viernes, 6 de diciembre de 2019

Cómo enseñar la Guerra Civil en la escuela

Los estudiantes pueden entender la sinrazón de la violencia política. No hay mejor forma de educar en valores democráticos como la paz y la convivencia

https://elpais.com/cultura/2019/10/14/actualidad/1571049678_642984.html


 
 





Desde hace un tiempo considerable ya, vivimos acostumbrados a escuchar barbaridades sobre nuestro pasado reciente. El problema no es solo su procedencia, representantes o autoridades públicas que escogen un momento determinado para decirlas, sino la permanente polémica en la que se envuelve la historia una y otra vez. Las últimas y más recientes, al hilo de la próxima exhumación de Franco, tienen muchas derivadas. En ellas confluyen prácticamente todos los usos y abusos del pasado de las últimas décadas en España: maniqueísmo, reduccionismo, electoralismo, presentismo,  y otros tantos ismos. Podemos y debemos rebatir sus razones con datos y argumentos contrastados, pero es más discutible que debamos entrar a cuestionar cualquier ocurrencia o disparate, venga de donde venga, retroalimentando así la espiral con la que se nutren. Con independencia de una serie de preguntas que cada cual debe responder en su fuero interno, tenemos la obligación de hacer una reflexión colectiva más profunda pero igualmente urgente.
Las razones que nos han traído a esta relectura sin fin del pasado en clave del presente son diversas y proceden de estos y otros “ismos”, que, por otra parte, no son exclusivos de la sociedad española. La opinión pública global está expuesta a un bombardeo constante de cifras, juicios e interpretaciones que fluyen sin contraste alguno. En la actualidad, resulta pasmoso ver cómo se pueden tirar por tierra estudios e investigaciones de décadas con una sola información que prescinde, deliberadamente y por completo, de cualquier base empírica. Esa frágil construcción del presente, que no sólo está en la rapidez y la sucesión de los acontecimientos, sino que descansa en la “liquidez” que describió Baugman como esencia del cambio de siglo, destruye la cadena del conocimiento acumulado sobre el pasado, trasladando la historia hacia la propaganda. Afortunadamente eso ya no ocurre de manera generalizada en España y es fácil de advertir y denunciar por cualquier lector. Nos hemos instalado, en cambio, en esa ceremonia de la confusión entre la historia y la memoria, como algo negativo, confuso, enredado cuando menos en las rivalidades políticas que pretenden apropiarse de la legitimidad histórica en exclusiva.
La Guerra Civil es, sin ningún lugar a dudas, el tema por excelencia de dicha batalla. Periódicamente resurgen una serie de tópicos que por más que la historiografía trate de centrar y acotar, se desbordan con declaraciones altisonantes. Sobre estos viejos mantras no resurgen los fantasmas del pasado, sino una cortina de humo que oculta o desvía su verdadero objeto de interés: la reparación moral de las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, a través del cuestionamiento mismo de la Segunda República como primera experiencia democrática española. Esa es la principal función, con muchas más derivadas nuevamente, que tiene el revisionismo. Por eso crece y se extiende frente a la historia como ciencia crítica, herramienta de conocimiento y de participación. Sin embargo así es como se sigue impartiendo en muchos países de nuestro entorno que han sufrido numerosos conflictos, empezando por Alemania donde se viene explicando a los escolares la II Guerra Mundial y el Holocausto desde comienzo de los años sesenta. Desde entonces han vacunado a sucesivas generaciones contra la manipulación de su historia, conociéndola, haciéndola atractiva y participativa, en lugar de ocultarla. Podríamos describir otros tantos casos, como Portugal, Francia, Italia y en países de la órbita comunista como Polonia, Hungría, República Checa, donde se han abierto los archivos y se han incorporado este tipo de políticas públicas que anclan el pasado y su memoria a la base de su sistema educativo.
Para llegar a estos períodos del siglo XX en el actual modelo educativo español hay que esperar bastante en comparación con nuestro entorno. En el último año de la Educación Primaria se habla del sistema político y de la evolución histórica reciente, pero esta realidad se traduce en apenas un párrafo de los libros de texto. Se pierde así una oportunidad de oro para explicar un conflicto del pasado con herramientas didácticas del presente. En la Educación Secundaria Obligatoria se amplía el espacio destinado a esta cuestión pero dentro todavía del marco anterior. Hay que esperar al Bachillerato y por tanto a cierto grado de especialización, para que los estudiantes tengan un tema o unidad completa sobre la Guerra Civil, la dictadura y la Transición. La dificultad aumenta al tratarse de temas que se corresponden normalmente con el desarrollo del final del curso, cuando mayor es la presión de las pruebas de acceso a la universidad.
Hay, por último, otro problema de fondo en la atención y comprensión del período en los actuales manuales escolares: la forma en que se dividen las distintas secuencias o períodos cronológicos que componen este tiempo: la Segunda República (1931-1936), la Guerra Civil (1936-1939) y el franquismo (1939-1975). De este modo y de forma consensuada seguimos reproduciendo un esquema mental heredado, en el que la República llevó a la guerra civil. Una vez en guerra, se explica la evolución de los dos bandos en el que uno resultó vencedor, dando lugar posteriormente a una dictadura personal. Esta visión ha sido matizada hace tiempo por una cuestión fundamental: el golpe de estado del 18 de julio de 1936, antecedente directo de la guerra, que desbarata la secuencia anterior por completo. La Republica es interrumpida pero no puede darse por terminada; del mismo modo, el Estado franquista comienza su andadura desde la transformación de sus aparatos de guerra que irá desarrollando mucho antes de que termine la contienda. Igualmente, deberíamos incorporar también a los libros y materiales de texto, incluyendo los universitarios, las cifras y dinámicas de la represión efectuada desde 1936 a 1948, tiempo en que estuvo en vigor el propio estado de guerra, la evolución del Gobierno republicano en el exilio y el estudio del propio movimiento migratorio que afectó a más de medio millón de españoles y españolas. Todos ellos temas contrastados y documentados desde hace tiempo.
Otro tanto ocurre con la memoria, minusvalorada y envuelta siempre en la misma sospecha ideológica que la historia reciente. Los estudiantes de cualquier nivel pueden entender perfectamente desde su entorno, la sinrazón de la violencia política. Abstracciones difíciles de explicar, como las propias formas de violencia, o la sucesión de datos que tienen que almacenar, se tornan comprensibles cuando se acercan a espacios donde se muestran a la inversa, como una forma de gestionar y superar sus propios conflictos. No hay mejor forma de educar en valores democráticos como la paz y la convivencia, frente a la utilización de la fuerza y la imposición, que incentivar la reflexión, la indagación y la curiosidad como forma de aprendizaje. Mientras la historia reciente no incorpore estas dimensiones al currículo educativo y no se estudie en las aulas desde los primeros cursos, seguiremos a expensas de esa reutilización constante del pasado. A expensas, pues, de la última ocurrencia y barbaridad de turno.



 

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