Los estudiantes pueden entender la sinrazón de la violencia política. No hay mejor forma de educar en valores democráticos como la paz y la convivencia
https://elpais.com/cultura/2019/10/14/actualidad/1571049678_642984.htmlGutmaro Gómez Bravo

Desde hace un tiempo
considerable ya, vivimos acostumbrados a escuchar barbaridades sobre nuestro
pasado reciente. El problema no es solo su procedencia, representantes o
autoridades públicas que escogen un momento determinado para decirlas, sino la
permanente polémica en la que se envuelve la historia una y otra vez. Las
últimas y más recientes, al hilo de la próxima exhumación de Franco, tienen muchas
derivadas. En ellas confluyen prácticamente todos los usos y abusos del pasado
de las últimas décadas en España: maniqueísmo, reduccionismo, electoralismo,
presentismo, y otros tantos ismos. Podemos y debemos rebatir sus razones con
datos y argumentos contrastados, pero es más discutible que debamos entrar a cuestionar
cualquier ocurrencia o disparate, venga de donde venga, retroalimentando así la
espiral con la que se nutren. Con independencia de una serie de preguntas que
cada cual debe responder en su fuero interno, tenemos la obligación de hacer
una reflexión colectiva más profunda pero igualmente urgente.
Las razones que nos
han traído a esta relectura sin fin del pasado en clave del presente son
diversas y proceden de estos y otros “ismos”, que, por otra parte, no son
exclusivos de la sociedad española. La opinión pública global está expuesta a
un bombardeo constante de cifras, juicios e interpretaciones que fluyen sin contraste
alguno. En la actualidad, resulta pasmoso ver cómo se pueden tirar por tierra
estudios e investigaciones de décadas con una sola información que prescinde,
deliberadamente y por completo, de cualquier base empírica. Esa frágil
construcción del presente, que no sólo está en la rapidez y la sucesión de los
acontecimientos, sino que descansa en la “liquidez” que describió Baugman como
esencia del cambio de siglo, destruye la cadena del conocimiento acumulado
sobre el pasado, trasladando la historia hacia la propaganda. Afortunadamente
eso ya no ocurre de manera generalizada en España y es fácil de advertir y
denunciar por cualquier lector. Nos hemos instalado, en cambio, en esa
ceremonia de la confusión entre la historia y la memoria, como algo negativo,
confuso, enredado cuando menos en las rivalidades políticas que pretenden
apropiarse de la legitimidad histórica en exclusiva.
La Guerra Civil es, sin
ningún lugar a dudas, el tema por excelencia de dicha batalla. Periódicamente
resurgen una serie de tópicos que por más que la historiografía trate de
centrar y acotar, se desbordan con declaraciones altisonantes. Sobre estos
viejos mantras no resurgen los fantasmas del pasado, sino una cortina de humo que oculta
o desvía su verdadero objeto de interés: la reparación moral de las
víctimas de la guerra civil y de la dictadura, a través del cuestionamiento mismo
de la Segunda República como primera experiencia democrática española. Esa es
la principal función, con muchas más derivadas nuevamente, que tiene el
revisionismo. Por eso crece y se extiende frente a la historia como ciencia
crítica, herramienta de conocimiento y de participación. Sin embargo así es
como se sigue impartiendo en muchos países de nuestro entorno que han sufrido
numerosos conflictos, empezando por Alemania donde se viene explicando a los
escolares la II Guerra Mundial y el Holocausto desde comienzo de los años
sesenta. Desde entonces han vacunado a sucesivas generaciones contra la
manipulación de su historia, conociéndola, haciéndola atractiva y
participativa, en lugar de ocultarla. Podríamos describir otros tantos casos,
como Portugal, Francia, Italia y en países de la órbita comunista como Polonia,
Hungría, República Checa, donde se han abierto los archivos y se han
incorporado este tipo de políticas públicas que anclan el pasado y su memoria a
la base de su sistema educativo.
Para llegar a estos
períodos del siglo XX en el actual modelo educativo español hay que esperar
bastante en comparación con nuestro entorno. En el último año de la Educación
Primaria se habla del sistema político y de la evolución histórica reciente,
pero esta realidad se traduce en apenas un párrafo de los libros de texto. Se
pierde así una oportunidad de oro para explicar un conflicto del pasado con
herramientas didácticas del presente. En la Educación Secundaria Obligatoria se
amplía el espacio destinado a esta cuestión pero dentro todavía del marco
anterior. Hay que esperar al Bachillerato y por tanto a cierto grado de
especialización, para que los estudiantes tengan un tema o unidad completa
sobre la Guerra Civil, la dictadura y la Transición. La dificultad aumenta al
tratarse de temas que se corresponden normalmente con el desarrollo del final
del curso, cuando mayor es la presión de las pruebas de acceso a la universidad.
Hay, por último, otro
problema de fondo en la atención y comprensión del período en los actuales manuales
escolares: la forma en que se dividen las distintas secuencias o períodos
cronológicos que componen este tiempo: la Segunda República (1931-1936), la
Guerra Civil (1936-1939) y el franquismo (1939-1975). De este modo y de forma
consensuada seguimos reproduciendo un esquema mental heredado, en el que la
República llevó a la guerra civil. Una vez en guerra, se explica la evolución
de los dos bandos en el que uno resultó vencedor, dando lugar posteriormente a
una dictadura personal. Esta visión ha sido matizada hace tiempo por una
cuestión fundamental: el golpe de estado del 18 de julio de 1936, antecedente
directo de la guerra, que desbarata la secuencia anterior por completo. La Republica
es interrumpida pero no puede darse por terminada; del mismo modo, el Estado
franquista comienza su andadura desde la transformación de sus aparatos de
guerra que irá desarrollando mucho antes de que termine la contienda. Igualmente,
deberíamos incorporar también a los libros y materiales de texto, incluyendo
los universitarios, las cifras y dinámicas de la represión efectuada desde 1936
a 1948, tiempo en que estuvo en vigor el propio estado de guerra, la evolución
del Gobierno republicano en el exilio y el estudio del propio movimiento
migratorio que afectó a más de medio millón de españoles y españolas. Todos
ellos temas contrastados y documentados desde hace tiempo.
Otro tanto ocurre con
la memoria, minusvalorada y envuelta siempre en la misma sospecha ideológica
que la historia reciente. Los estudiantes de cualquier nivel pueden entender
perfectamente desde su entorno, la sinrazón de la violencia política.
Abstracciones difíciles de explicar, como las propias formas de violencia, o la
sucesión de datos que tienen que almacenar, se tornan comprensibles cuando se
acercan a espacios donde se muestran a la inversa, como una forma de gestionar
y superar sus propios conflictos. No hay mejor forma de educar en valores
democráticos como la paz y la convivencia, frente a la utilización de la fuerza
y la imposición, que incentivar la reflexión, la indagación y la curiosidad
como forma de aprendizaje. Mientras la historia reciente no incorpore estas
dimensiones al currículo educativo y no se estudie en las aulas desde los
primeros cursos, seguiremos a expensas de esa reutilización constante del
pasado. A expensas, pues, de la última ocurrencia y barbaridad de turno.
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