martes, 7 de abril de 2020

La escuela vuelve a ser despensa.


LA ESCUELA VUELVE A SER DESPENSA
7/4/2020

Aparcamos un momento la crítica de historia por una urgente reflexión sobre nuestro presente. También está relacionada con nuestro pasado, pero se trata de un fenómeno invisible a la mayor parte de nuestras miradas: la pobreza. No es nada nuevo y hace algún tiempo que las instituciones están llamando la atención, especialmente sobre la malnutrición infantil., sin embargo, la situación de confinamiento que vivimos en el estado alerta está haciendo que los canales de alimentación fallen o no respondan plenamente ante el aumento de la demanda. Así que muchos profesores, sin tiempo que perder y sintiéndose responsables de sus alumnos, los han hecho suyos  y están coordinando cómo buenamente pueden la ayuda de los comedores. Los centros escolares reaparecen  en medio de esta crisis sanitaria como núcleo primario y fundamental de la vida social. En las grandes ciudades son la base de la redistribución de la información y de las respuestas emocionales de muchas familias que no tienen otros medios ni espacios a los que acudir. La escuela, que en determinados distritos es prácticamente su único intermediario con las instituciones públicas, cobra ahora un protagonismo especial para sus vidas, a nivel de supervivencia pura y dura. En estos momentos, el papel de los profesionales trasciende el meramente educativo para aparecer realmente como referentes morales que necesitan los jóvenes para apoyarse, otro de los elementos formativos que en las situaciones "normales" queda siempre oculto. 


Esa función didáctica y tutorial de la vida que ha tenido la educación desde sus orígenes y que ha marcado la pedagogía occidental hasta nuestros días, es hoy más importante que nunca y como tal debe ser reconocida. Aprovechemos para que ese papel de los docentes vuelva a ser puesto en un lugar principal de nuestro sistema educativo en todos los niveles. Y es en la educación primaria y en la secundaria donde ese reconocimiento debería hacerse con carácter mas urgente. En la universidad hay un buen numero de problemas y necesidades pero prácticamente todos, y especialmente los más acuciantes proceden de esta raíz de desigualdad y desorientación ante un sistema educativo  ajeno a la realidad de muchas familias expuestas cíclicamente a la inestabilidad económica y la pobreza. Una cuestión que, al menos desde nuestra humilde  experiencia, no solemos valorar en la educación superior. El ejemplo, sin desmerecer a todos los compañeros e investigadores que siguen haciendo su labor en condiciones muy difíciles desde sus domicilios, lo están dando en todos los centros escolares públicos, donde el volumen, la diversidad y la edad de los alumnos es completamente diferente a los universitarios. En la universidad hay muchos problemas de conexión, de incertidumbre por la evaluación y por no perder el curso. Pero en muchos colegios e institutos, el principal problema es el comedor. Nuestro agradecimiento por tanto debe ir principalmente a todos los profesores y profesoras que están llamando y siguen personalmente a su alumnado. Gracias





jueves, 2 de abril de 2020

El misterio que envuelve el final de la Guerra Civil.

El misterio que envuelve el final de la Guerra Civil

La resolución del conflicto español mantiene incógnitas, ocho décadas después, por un contexto de enfrentamientos entre republicanos que azuzó la estrategia franquista 

Manuel Azaña y Lluís Companys pasan junto a un blindado en Barcelona, en una imagen sin fechar.
Manuel Azaña y Lluís Companys pasan junto a un blindado en Barcelona, en una imagen sin fechar.

https://elpais.com/cultura/2020-03-31/el-misterio-que-envuelve-el-final-de-la-guerra-civil.html

Lecciones del miedo


Gutmaro Gómez Bravo 13/03/2020




Este año quedará marcado por la expansión del coronavirus pero también por la desaparición de una serie de intelectuales, como el historiador Jean Delameau, el cineasta José Luis Cuerda o el filósofo y crítico literario Georges Steiner, que diseccionaron el miedo. Más allá de sus notables diferencias de origen, formación y especialización, todos ellos procedían de un mundo, el de la segunda mitad del siglo XX, que analizaron con una herramienta común: el lenguaje. Aunque, para ser justos, hay que decir que no lo estudiaron en estado puro, sino que compartieron un interés común por los distintos lenguajes en los que las sociedades contemporáneas generaban y transmitían sus miedos, sobre todo, a través de la cultura. Siguiendo la estela del pensamiento occidental receloso de las apariencias en las que las sociedades ocultan su funcionamiento real, continuaron la búsqueda de los mecanismos reguladores de las comunidades modernas. Y encontraron en la creación, en la imaginación y plasmación de distintas expresiones culturales, una sorprendente readaptación de las normas y prohibiciones del pasado. El miedo en Occidente, obra clave de Delameau, por ejemplo, muestra la persistencia y continuidad de temores ancestrales ensalzados durante la larga Edad Media europea, cuyo arraigo y transmisión social fueron mucho mayores que el Renacimiento o la Ilustración, que permanecieron ajenos a las mayorías iletradas. Lo esencial se reduce a la capacidad del miedo para filtrarse de abajo a arriba hasta el mundo de unas élites que también se vieron arrastradas por sucesivas oleadas apocalípticas.


Uno de aquellos “males” subsistió por encima de todos los demás y con más fuerza en el subconsciente europeo: los judíos. El antisemitismo entró a formar parte así de la moral común occidental, tanto católica como protestante, y logró saltar los muros de la teología hasta instalarse en la costumbre, el folclore y el lenguaje cotidiano. Su versatilidad e interacción entre las distintas capas sociales, convirtió al miedo en un formidable instrumento de poder desde la Era Moderna hasta nuestros días, alcanzando su máxima expresión como forma de Estado totalitario. El propio Delameau advirtió algunos de sus rasgos más característicos en nuestros días, en pleno siglo XXI, sobre todo en el terrorismo como manifestación de “violencia sagrada”, desplegada, como las guerras de religión, como vía de eliminación del otro y de sus creencias. Una realidad que sufrió el propio Steiner en su infancia, pues tuvo que abandonar Europa con su familia judía a causa del ascenso del nazismo, y cuya transmisión cultural, casi hereditaria, nunca dejaría de analizar hasta su reciente muerte. Muy crítico, como la mayor parte de los intelectuales y académicos de su época con la sociedad de masas, advirtió la reproducción de los viejos temblores en los riesgos e inseguridades crecientes de la sociedad moderna, especialmente en torno a la era digital y las redes sociales, que veía reducidas sintomáticamente a “una economía de la palabra y la sintaxis.” Pero, a pesar de la globalización y los notables cambios tecnológicos de nuestra era, Steiner mantuvo la atención fija en la cultura escrita y literaria hasta el final. La novela, estandarizada en el siglo XIX como máxima expresión del canon occidental, era su objeto más preciado, precisamente porque se transmitió en el siglo XX como abanderado de la cultura popular. Allí encontró un campo abonado por los efectos del clasismo, la xenofobia y el autoritarismo que han marcado buena parte de la cultura europea, en períodos de dureza e inseguridad extremas como el de Entreguerras (Las Uvas de la Ira) o que siguió a la caída de las Torres Gemelas (American Pastoral). Insistió en las nuevas formas de manipulación, pero, a diferencia de la mayoría de críticos y ensayistas, Steiner mostró sus efectos no sólo a nivel teórico, sino en el lenguaje cotidiano incorporado por los propios personajes de los cuentos y novelas, héroes y heroínas de la propia literatura contemporánea que pronto darían el salto al cómic, el cine o la fotografía.

Una mirada irónica, distante y transversal, cuya vertiente y profundidad fue compartida por José Luis Cuerda, cuya adaptación al cine de la historia reciente española presenta muchos de estos elementos freudianos, aunque deformados y llevados al otro extremo del mismo campo: al surrealismo.  Sus dos películas más conocidas, aunque separadas por una década, muestran a la perfección el conocimiento y el dominio de ambos tipos de lenguaje y de recursos. Amanece que no es poco, estrenada a comienzos de 1989, en una sociedad española muy diferente a la actual en algunas cuestiones aunque en otras no tanto, ha demostrado una enorme capacidad de conexión con el público de distintas generaciones. Algo que solo se consigue porque logra representar en menos de dos horas la tragedia española de forma cómica y global. Todos los actores de nuestra reciente historia están prácticamente ahí, de forma individual o coral, presentando un particular retablo de las maravillas del universo ibérico. Es difícil encontrar un mejor ejemplo de cómo podía ser la vida en cualquier pueblo durante el franquismo y de su pervivencia sociológica posterior. Envuelto en el manto de una reflexión profunda, los diálogos muestran con extraordinaria agudeza en lo que había quedado reducido el ideal nacionalcatólico de “unidad de destino en lo universal”. Cuerda narraba así, sin dolor, casi como un sueño, un pueblo en el que todo el mundo ocupaba su lugar y nunca, o casi nunca, pasaba nada. Esa función pedagógica del cine, transmitida por un magnífico elenco de actores, terminaba de dotar de un significado hondo y particular, a una película originariamente cómica. Su originalidad descansaba precisamente ahí, en demostrar que ni lo absurdo ni el surrealismo eran incompatibles con la  historia social. Los guiños a Bienvenido Mr Marshall o a La Vaquilla, centrada en plena guerra civil, así lo manifestaban como también las alusiones a la literatura universal, con Faulkner a la cabeza. Amanece que no es poco, por último, sobrevivió como la gran crítica a una cultura erudita pero vacía y envuelta en academicismos y  formalismos, que se mostraba incapaz de separar lo “contingente” de lo “necesario”, víctima de las modas como cualquier otro producto más. 
Diez años más tarde estrenó La lengua de las Mariposas, con un tono y un lenguaje muy diferente. Sin abandonar el medio rural pero decididamente realista e historicista, se detenía en el proyecto pedagógico de la Segunda República personificado en el actor Fernando Fernán Gómez. Una figura que representaba, en realidad, un anhelo más antiguo, el de la necesidad de llevar la verdadera cultura y la instrucción a todas las capas de la sociedad española. Un afán transformador que entroncaba con el racionalismo científico y la necesidad, precisamente, de extirpar esos miedos ancestrales e impedir que se tornarán en odios y enfrentamientos modernos. El fantasma de la Guerra Civil, sin duda el más decisivo y traumático conflicto de nuestra historia reciente, quedaba plasmado claramente en la cinta por el otro protagonista, el niño, que, imitando al grupo, acabaría apedreando a su propio maestro y a todo lo que este simbolizaba.
Ya no bastan, es cierto, los factores económicos o psicológicos para explicar cómo el miedo consigue superar periódicamente las fronteras sociales. Más allá de las crisis y cambios de ciclo, llegan a nuestros días en su versión posmoderna, en streaming, en tiempo real. Lenguajes, escenarios, niveles de una misma experiencia, que contra todos los relativismos y puntos de vista culturales, siguen afirmando la necesidad humana de compartir una angustia colectiva más que de comprenderla. Pero, del mismo modo, la realidad, aunque a veces supere a la ficción, no sigue únicamente las reglas de la representación. El miedo tiene una capacidad de regeneración infinita, como advirtieron estos y otros autores, y sigue operando de muy distintas formas, incluso en el reinado de la imagen y la cultura visual.
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Gutmaro Gómez Bravo es director del Grupo de Investigación de la Guerra Civil y del Franquismo de la UCM.


Gutmaro Gómez Bravo

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De la invención del pasado

https://www.infolibre.es/noticias/opinion/plaza_publica/2020/10/06/de_invencion_del_pasado_111730_2003.html   06-10-2020